Según la FAO, la pérdida y el desperdicio de alimentos hacen referencia a su merma en las etapas sucesivas de la cadena de suministro de alimentos destinados al consumo humano. Los alimentos se pierden o desperdician en toda la cadena de suministro, desde la producción inicial hasta el consumo final de los hogares.

La disminución puede ser accidental o intencional, pero en última instancia conduce a una menor disponibilidad de alimentos para todos. Cuando los alimentos se pierden o estropean antes de llegar a su fase de producto final o a la venta minorista, hablamos de pérdida de alimentos.

Esto puede deberse a problemas en la recolección, almacenamiento, embalaje, transporte, infraestructura o a los mecanismos de mercado, o de los precios, así como a los marcos institucionales y legales.

Las bananas recolectadas que se caen de un camión, por ejemplo, se consideran pérdida de alimentos. Cuando los alimentos son aptos para el consumo humano, pero no se consumen debido a que se deja que se estropeen o son descartados por los minoristas o los consumidores, se llama desperdicio de alimentos. Esto puede deberse a las reglas de etiquetado de fecha de caducidad rígidas o mal entendidas, o a prácticas de almacenamiento, compra o de cocina inadecuadas. Por ejemplo, cuando un establecimiento tira a la basura una caja de bananas porque tienen manchas marrones, se considera un desperdicio de alimentos.

Fuente: FAO

 

Desperdiciar la comida tiene su coste

Problema ético

“Producimos un 60% más de los alimentos que necesitamos, pero cada día 40.000 personas mueren de hambre; no es una cuestión de cantidad sino de distribución. Según José Esquinas “Nuestro sistema actual no es eficiente, ni justo, ni sostenible”.

Según el nutriólogo Paulo Orozco Hernández, uno de los organizadores del cuarto Foro de Soberanía Alimentaria y Nutrición, del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente (ITESO) de México, en este planeta se desperdician 1.300 millones de toneladas de comida al año, sin importar el impacto ambiental, económico y social. Se trata de un problema ético, de formación y de patrones de consumo.

Una persona llega al supermercado y comienza a llenar su carrito de distintos alimentos y productos. Seguramente lo hace sin reflexionar mucho en cómo llegaron ahí, cómo fueron producidos, empaquetados –si es el caso– transportados y vendidos. Seguramente tampoco se pondrá a pensar en los que ya se perdieron ni en los que ella misma desperdiciará, mucho menos en las consecuencias ambientales, sociales y económicas que esto provoca.

Las pérdidas de alimentos conducen también al desperdicio de recursos como la tierra, el agua, la energía e insumos, supone emisiones innecesarias de CO2, así como un impacto negativo directo en los ingresos de los agricultores y los consumidores.

Según Orozco, “Es un problema estructural. Hay algunos que dicen que es más por cuestiones técnicas, que hace falta más tecnología. Yo creo que más bien es una cuestión de formación y de patrones de consumo […] Se trata de una cuestión de análisis ético y estético. Ético en el aspecto de que realmente veamos lo que nuestra huella alimentaria está costando, lo que estamos tirando no solo económicamente sino también socialmente y ecológicamente”. Estéticamente, agrega el académico, es porque los consumidores eligen los alimentos que están “de fotografía” y tiran “lo feo”, en lugar de ver que nutrimentalmente está en perfectas condiciones.

“Tenemos que ligar el problema del hambre con el desperdicio de alimentos en el mundo. El problema del hambre no es porque nos haga falta producción de alimentos, podríamos alimentar hasta 12 mil millones de personas. Eso nos dice que el problema no está en la producción, sino en el desperdicio y también en la distribución, que es inequitativa. Nuestro desperdicio necesariamente afecta a que otras personas padezcan hambre”, comenta Orozco.


Problema ambiental

El desperdicio de alimentos daña el clima, el agua, la tierra y la biodiversidad.

Según el informe de la FAO “La huella del desperdicio de alimentos: impactos en los recursos naturales” de 2013, la asombrosa cifra de 1300 millones de toneladas de alimentos que se desperdician anualmente no sólo provoca grandes pérdidas económicas, sino también un grave daño a los recursos naturales de los que la humanidad depende para alimentarse.

Emisiones de GEI (Gases Efecto Invernadero)

Según la FAO las emisiones del desperdicio mundial de alimentos equivalen casi a las emisiones mundiales del transporte por carretera. Si el desperdicio de alimentos fuera un país, sería el tercer mayor emisor de GEI del mundo.

El desperdicio de alimentos es responsable del 8% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.

Por ejemplo, el desperdicio de cereales en Asia es un problema importante, con un gran impacto en las emisiones de carbono y el uso del agua y el suelo. El caso del arroz es particularmente notable, dadas sus altas emisiones de metano junto con un elevado nivel de desperdicio.

Si bien el volumen de desperdicio de carne en el mundo es relativamente bajo, el sector cárnico genera un impacto considerable en el ambiente en términos de ocupación del suelo y la huella de carbono, especialmente en los países de ingresos elevados y Latinoamérica, que en conjunto abarcan el 80 por ciento del total de despilfarro de carne. Excluyendo Latinoamérica, las regiones de ingresos altos son responsables de cerca del 67 por ciento de todo el desperdicio de carne.

Del mismo modo, los grandes volúmenes de despilfarro de hortalizas en los países industrializados de Asia, Europa y el sur y sudeste de Asia se traduce en una gran huella de carbono para ese sector.

Pero sabemos que si se usan y distribuyen mejor los alimentos el 14% de todas las emisiones provenientes de la agricultura podría evitarse en 2050. Concretamente, la agricultura podría compensar la emisión de 3.500 millones de toneladas de CO2y reducir en hasta un 65% los efectos negativos de la tasa de carbono sobre la seguridad alimentaria. Así se ha puesto de manifiesto en el estudio realizado por el Instituto Francés de Investigación Agraria (INRA), publicado en Environmental Research Letters el 2 de octubre de 2017.


Agricultura insostenible

La agricultura, ganadería y silvicultura, así como los cambios en el uso de la tierra, son responsables de aproximadamente el 25% de las emisiones antropogénicas de los GEI, principalmente en forma de metano del ganado y de la fertilización.

Según el INRA, algunas prácticas agrícolas, como el uso de cultivos intermedios, la agricultura de conservación, la agroecología, la agrosilvicultura y la gestión de residuos aumentan las reservas de carbono en la materia orgánica del suelo durante un período de duración finita, generalmente estimada en unas pocas décadas. Cuando se aplican a suelos previamente degradados, estas prácticas de restauración del suelo dan como resultado un mayor rendimiento de los cultivos, aumentando así la producción de alimentos.

Según la propia FAO el total de la superficie cultivada (secano+riego) en la Tierra es de unos 1 400 millones de hectáreas y casi el 30% de la tierra agrícola del mundo se utiliza para producir alimentos que nunca serán consumidos, con un importante coste ambiental ya que este desperdicio también contribuye a mermar la calidad de las tierras, el volumen de los caudales de agua y la biodiversidad.

Además el desperdicio de una agricultura insostenible supone el consumo del 19% de los fertilizantes.


Huella hídrica del desperdicio de alimentos

Según explican desde la FAO, la huella hídrica azul (aguas subterráneas y superficiales) para la producción agrícola de desperdicios totales de alimentos es de 250 km3. En otros términos, teniendo en cuenta el agua azul, la huella hídrica del desperdicio de alimentos equivale a:

  • Casi tres veces el volumen del lago de Ginebra (89 km3).
  • O la descarga anual de agua del río Volga.

La fruta y la carne son los productos que más contribuyen a la pérdida de agua en el despilfarro de alimentos. Los productos animales tienen una huella hídrica más grande por tonelada de producto que los cultivos. El desperdicio de alimentos es también un desperdicio de agua. Si la huella hídrica de una hamburguesa son 2.529 litros, ¿Imaginas el agua que se desperdicia por cada "cachito" de hamburguesa que se tira a la basura? Seguramente el cubo de nuestra cocina no puede almacenar tanta capacidad de agua desperdiciada. Tal y como leemos en la web de la Fundación Aquae, en España desperdiciamos 169 kilos de comida por habitante al año, esto supone que casi una cuarta parte del agua total que consumimos se emplea en cultivar alimentos que nadie come.

La mayor parte de la huella hídrica del desperdicio de alimentos proviene de la alimentación animal - el agua potable de los animales sólo representa una parte menor-. Según estos datos, y desde una perspectiva de recursos de agua dulce, es más eficiente obtener calorías, proteínas y grasas a través de los productos vegetales que los productos animales.

Además, la reducción del desperdicio de alimentos juega un papel importante para favorecer la economía circular y combatir la escasez de agua en el mundo.

Problema económico

Más de un tercio de los alimentos producidos en todo el mundo se pierde o se desperdician. Según la FAO el costo total de la pérdida y el desperdicio de comida es de mil millones de dólares, alrededor de 700 mil millones en costos ambientales y unos 900 mil millones en costos sociales.

Según el Swedish Institute for Food and Biotechnology (SIK) Gothenburg de Suecia, a nivel económico, las pérdidas de alimentos que pueden evitarse tienen un impacto negativo directo en los ingresos, tanto de los agricultores como de los consumidores.

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